domingo, 19 de septiembre de 2010

Bon dia

Desperté en Barcelona con el silencio del domingo. Puse la ropa clara en el lavarropa, preparé un mate con la última cebada de la yerba de yuyos que encontré en un bolichito que también vendía facturas en el barrio de Gracia, y me vine al cuarto. Mi escritorio tiene una superficie amplia de algo que se parece a la madera en su color más claro, y está en una esquina de la pequeña habitación de un piso del barrio Eixample, que es ahora también mi casa. Arriba del escritorio está mi laptop; una lámpara de diseño nórdico, con aspecto de óculo sostenido por el cuerpo gris y delgado de una viborita en posición de cobra; un jarrón de vidrio transparente con flores incoloras desperdigadas sobre su cuerpo, y con tres flores de pétalos naranjas unidas a un cabo verde en su interior.

Al lado del florero está el calendario de cartón de los serveis i recursos lingüistics que me dieron en la universidad. Este calendario, al igual que yo, comienza a contar los días en Barcelona el primero de setiembre de 2010. Además de un calendario, en la universidad me dieron una agenda que todavía tiene apuntes desordenados, tachaduras y un montón de información que no podría recuperar fácilmente de mi memoria. Los anillos y las caravanas que me puse anoche para salir también están sobre el escritorio, junto a la carterita más chiquita que tengo, esa negra de tela plisada con asa de bolitas enganchadas, una coquetería que me traje de Montevideo. También está la cámara de bolsillo que me acompaña a todas partes como el amor que se vino conmigo.

El agua que sacude el lavarropas es el único ruido de esta casa, que de hecho es un piso compartido. Algunas de mis roomates duermen y otras no vinieron. Una habla francés y las otras castellano de diferentes partes de la península. La francesa no me entiende el rioplatense y ha logrado que me salga una frase o dos en su lengua. El espacio está bien distribuido, de manera que vivimos las cuatro solas debajo del mismo techo. Esta no convivencia carece de normas explicitadas, salvo algún comentario sobre que hay que descongelar la heladera, o la pregunta de si queda basura para sacar, y los lugares de cada una en los estantes de la cocina. “No hay grreglas” balbuceó la francesa cuando le pedí que me contara algo sobre la faena cotidiana de este hogar. Hoy cuando amanecí encontré que no queda agua envasada para tomar. La pereza pudo más en la mañana del domingo y armé el mate con el agua mezclada con cal que sale de estas canillas. Cuando fui a cambiar el papel higiénico en uno de los baños, encontré que las reservas comunes de papel también se habían terminado. Entonces recurrí al rollito que guardo en el necessaire.

La cama, que aún está destendida, está pegada al escritorio y resulta cómoda para estirar -desde la silla donde estoy sentada- mi pie derecho sobre la sábana en otro intento de poner la pierna en alto para detener una insoportable retención de líquido. El pie izquierdo descansa en una alfombra naranja como los pétalos de las flores que están sobre el escritorio. Ignorando los dictámenes del fen shui, cuando estoy en el escritorio mi espalda le da la cara a la puerta de entrada. Para poner algo en el medio, detrás de la puerta colgué carteras y pañuelos, que no entraban en el armario empotrado junto a la puerta del cuarto.

Algunas voces en catalán entran por la ventana abierta que está al lado de mi cama. El lavarropa ya no hace ruido y no queda más agua en el termo. Adéu.



2 comentarios:

mariana dijo...

Sole,además de la carterita, y del amor que fue contigo yo estoy allí.A través de lo que escribes,ten por seguro que me siento allí,abosolutement. carmen

mariana dijo...

aquí en Uruguay son las 8.14 A:M:,que diferencia horaria, allá cuatro horas más?c.

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