miércoles, 6 de abril de 2011

Al pie de la montaña

La voz es quebrada, de hombre y de mujer, de otro mundo. Repite una queja: “¡No puedo caminaar! ¡¿Qué hago ahora?!” No sé de dónde viene, parece que sale de las paredes. La escucho en mitad de la noche, de día muy temprano y ahora de tarde, justo hace pocos minutos. Las pausas de los puntos finales son largas, como un ahogo. Las palabras se deslizan en lo monocorde del sonido gutural del lamento que no precisa agregar palabra para decir. Y dice: pide, llama, solloza.

“Estamos esperando que muera”, me dijo Simona cuando le pregunté por esa voz. La señora subió y bajó las escaleras hasta los noventa y tantos, pero desde el año pasado no sale más. Desde entonces grita junto a una ventana. Los vecinos han pedido que la alejen de esa ventana, que la lleven a otro cuarto, pero ella se confunde y llora por que la regresen a su casa. Entonces vuelve a la finestra que desperdiga su dolor por las paredes y por los cielos que no la escuchan y la dejan vivir aferrada de la penuria.

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