Esperar sola a veces es tremendo porque caminás
de un lado al otro dentro de tu propia cabeza y en pocos pasos te chocas con el
parietal, das la vuelta y el espacio se te cierra en el frontal, y así la caminata
resulta demasiado corta para aplacar la impaciencia. Entonces salgo en busca de
los otros. Me trepo por el ojo derecho después de descartar la salida del
conducto auditivo (que me da un poco de asco, la verdad) y atravieso el
lagrimal empujada por una lagaña. Me limpio con el agua salada y me deslizo por
la nariz mientras me invade el aire fresco del otoño. No veo bien porque la luz
me encandila, pero escucho los pasos de los demás que cerca de mí caminan impacientes
de un lado al otro dentro de sus cabezas.
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