viernes, 3 de mayo de 2013

Caution: esta es una opinión (y tal vez un panfleto). Más allá de la libertad de prensa

Cuando era pequeña mi madre que me contó que había votado a tal partido pero que no podía decírselo a nadie. La conversación había surgido porque en las paredes verdosas de las escaleras del apartamento donde vivíamos habían aparecido unas letras escritas con tiza blanca, pegadas unas a la otra: una efe y una a. El silencio, entonces, era muy importante. Había que callar como había que apagar las luces los días que nos sorprendían las corridas de personas perseguidas por policías desde la avenida 18 de julio de Montevideo. En la oscuridad y sin hacer ruido me enviaban a la parte de atrás del apartamento para que apretara el botón que abría las puertas de la calle, así la gente se podía refugiar hasta que se fuera la policía. Hablar entonces era peligroso.

De esto hace mucho tiempo, sin embargo, todavía permanece el miedo a hablar, el temor a discrepar y a cuestionar, así como permanecen algunos modelos de autoritarismo de esos que mandan callar. Lo difícil es que estos modelos están internalizados incluso allí donde uno no quisiera que existan, como las universidades o los partidos políticos que otrora eran silenciados. En definitiva, están internalizados en nuestras sociedades donde el aumento de la palabra dicha -expresada en abundancia a través de medios digitales- convive con las reacciones de aquellos que quieren conservar el derecho de expresión como un derecho exclusivo, excluyente.

Por un lado, me refiero a las situaciones en que el ‘argumento’ para silenciar al otro es la autoridad que emerge de una posición de poder y que toma cuerpo en distintas maneras; habitualmente se viste de descrédito, lo que no es más que otra forma de la mediocridad: ‘¿quién sos tú para decir esto o aquello?’.

Por otro lado, me refiero a los ‘argumentos’ vinculados a ciertas condiciones de pertenencia que serían necesarias para adquirir el derecho a expresarse: “para opinar (de Uruguay) tenés que volver a Uruguay” o para hablar de esto tenés que ser periodista (no blogger) o para opinar sobre esto tenés que ser sociólogo (y no de otra disciplina). En definitiva, se trata de una pugna por espacios de poder que se libra en las palabras. Por eso hay que hablar. La libertad de expresión y de opinión no tiene garantía. Hay que ejercerla y cuidarla, incluso cuando no es a nosotros a quien mandan callar.





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