Lugares para ser feliz

Espeluznante, dijo Merce. Así es la escalera que sube hasta mi casa. Sole ¿te olvidaste cómo eran los lugares donde vivías? Y acá estoy preguntándome si es que me olvidé o por qué en Barcelona puedo subir estos terroríficos escalones que en Montevideo no hubiera considerado pisar. ¿He perdido el juicio sin remedio? Me veo vestida con pantalón verde y sandalias rojas caminando junto a Merce que comenta que le gusta que en Barcelona la gente se vista con soltura, sin aparentar, a nadie le importa demasiado el asunto. Al alejarse de Barcelona, en el pueblo, no es tan así. Y en nuestra ciudad natal tampoco. Merce y yo nos conocemos desde la infancia y nos encontramos aquí luego de 10 años sin vernos. Esperábamos el ómnibus en la misma parada para ir a la misma escuela. Vivíamos cerca. Ahora estamos a una hora y pico de tren y a diez mil kilómetros de Montevideo. Ay tu madre cuando vea la escalera, me dice Merce pensando en mamá que viene pronto a visitarme. No podemos parar de reír a carcajadas en la puerta del metro. Ella cree que soy valiente. Lo cierto es que Barcelona me puede. Hay algo que me hace tanto bien de este lugar que me ha dado mucha energía para aguantar otras. No sé qué tiene Barcelona que me estruja el corazón. Es un lugar donde se puede ser feliz caminando por las calles, llevando un bocadillo en el bolso, o con una copa de vi negre y una tapa en infinitos lugares lindos. O también podés hacer cosas muy sofisticadas y hacerte el guay, como dicen acá. Pero lo cierto es que ser feliz es más una cuestión de cosas simples. Y la escalera no sé, tal vez es sólo la entrada que despista a quien se queda en algunas apariencias, y se pierde de lo linda que es mi casa al entrar.

(Para Cat, que dice que Barcelona es adictiva)