Nado de espaldas. Levanto el brazo a la altura del muslo y lo saco del agua: lo muevo hacia atrás como si fuera un ala que sólo gira el codo y la mano, y otra vez lo meto en el agua. Cuando me concentro, tenso la barriga y siento la firmeza de las piernas en las patadas rítmicas mientras dejo la espalda recta. Y así avanzo, de un lado al otro. Voy lento y sin parar. No alcanzo a agotarme pero salgo a descansar. Me muevo con dificultad para articular la masa de concreto en la que se transforma mi cuerpo cuando se empieza a secar. Después de un rato, me sumerjo de nuevo, a ver si la humedad me separa de esta fuente de ausencias.
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