sábado, 20 de octubre de 2012

Una mañana de otoño

El brazo de la grúa empezó a girar con cierto apuro hacia la izquierda. De golpe, se detuvo. Quedó mirando a la montaña, al igual que los otros dos. Pero volvió a moverse, como si estuviera incómodo en la cama, dio la vuelta y se acomodó en la posición contraria. Tal vez se soltó el seguro o tal vez pasea el viento por Barcelona, para acompañar a este este día gris, de xafargor y cielo cubierto.

Al fondo, detrás de las tres grúas se ve la figura recortada del hotel; la W aún se lee entre las nubes. Los pájaros van de aquí para allá, en bandadas. Las copas de los árboles, altas y amarronadas, apenas se balancean, como si no supieran bailar. Arriba de ellos una luz aparece y encandila. Los grises se vuelven blancos y adquieren volumen. Las sombras más oscuras se van. Los pájaros ya no se ven, pero cantan. Los autos empiezan a pasar. Hay ruido en la cocina. Hora de desayunar.



La tardor

No hay comentarios:

Publicar un comentario