Adentro de una mamushka, ahí nacimos. Crecimos
en la primigenia, tan pequeña, donde las verdades familiares lo ocupan todo y
el universo se abarca con facilidad. Martina nunca salió de allí y muy pronto
tocó el mundo con las manos. No demoró un segundo más de lo estipulado y se
vistió de blanco para dar el brazo a un padre satisfecho de verse espejado en
ese joven acaudalado, aunque poco agraciado. Ese día Martina sintió que el aire
inundó a la pequeña mamushka que se resquebrajó para dejarle más espacio de
omnisciencia. Y creyó que estaba más cerca de alcanzar el universo que otrora
dominaran sus mayores. La mamushka, sin embargo, permaneció intacta. El joven acaudalado
mandó traer una muñeca aún más chiquita que aquella en la que Martina había
crecido, y la nueva mamuskha cupo cómodamente dentro de la primigenia, a cuya imagen
y semejanza pidió construir.
Claudia creció observando el brillo colorido de
otras mamushkas, que le parecían más alegres y más deseables que la opaca muñeca que la rodeaba. Lo cierto es que ni Martina ni Claudia podían ver qué ocurría
dentro de otras pequeñas mamushkas. Y así, desde muy pequeñas, aprendieron a
envidiar lo desconocido. Claudia tampoco demoró un segundo más de lo estipulado
en elegir a un joven prometedor para que le construyera una mamushka propia y
bonita. Ese día se sintió liviana y por momentos creyó que la nueva y hermosa muñeca
no era otra que ella misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario