miércoles, 12 de enero de 2011

En vuelo

La línea no es recta, los colores se mezclan sin uniformidad porque las pequeñas olas que se ven acá cerca de la costa -que son iguales a los signos que un niño suele dibujar cuando le dicen que represente al mar- son empujadas sin mucha intensidad pero con firme persistencia hacia la línea donde se encuentran con las nubes. Tanto empujan que te empujan las olitas que las nubes del cielo cubierto parece que se levantan un poco y dejan que el color amarronado del río esta mañana invada pedacitos de cielo. La línea, por tanto, no es recta.

Frente a la costa la camioneta sigue olvidada en el mismo lugar. El celeste herrumbrado del salitre acumulado la hace parecer más vieja y derrumbada. La miro y la imagino con el celeste brillante, las ruedas infladas, el techo blanco y el motor ronroneando con la parejita contenta de andar por el mundo en esas cuatro ruedas. En la parte de atrás, un perro le ladra al viento. Pero vuelvo a mirar y la veo estacionada, dejando la vida pasar por un descuido. Nuevos, lindos, viejos y peores pasan a su lado a toda velocidad sin parar. Como veo aún a la camioneta se me ocurre que mi mirada ha de estar tan quieta como ella, como si esperara que al fin me tocara bocina con insistencia para que salga de mi ventana.

A esta ventana también llega el salitre, pero la madera está curada. Y a mí no me oxida, me da frío. Voy a buscar un abrigo para volver a asomarme. La camioneta sigue ahí, el viento se hace un poco más intenso. Cierro los ojos y me siento mucho más liviana, con calor en el cuerpo y el viento frío en la cara. El aire me empieza a empujar como a las pequeñas olas, sin intensidad pero con insistencia. Respiro profundo esa bocanada de vida y me dejo llevar por el viento hacia ese horizonte que no es una línea recta. Al rato abro los ojos y el horizonte aún está lejos pero sigo en vuelo dentro de la camioneta pintada de celeste con el techo blanco.

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