Me acosté cansada y sin sueño. Ningún artilugio
me durmió y me levanté en busca de un librito que desde la almohada anhelaba
leer. Librito digo porque es pequeño, de bolsillo, de esos que uno puede cargar
de aquí para allá, que se puede guardar en cualquier lugar. Es un libro que
habla de los viajes, y tiene dos ensayos que dicen cosas que me resultaron
importantes cuando las leí. Es un libro de esos en los que encuentro que
algunas cosas están dichas de una manera en que las letras caen una al lado de
la otra para decir algo tal como pienso o siento al respecto de algún asunto
sin haberme percatado antes. Uno de los autores decía que viajamos más para
alejarnos de nosotros mismos que de los demás. Y esta idea rara de que uno
realmente pueda alejarse de sí mismo ligada a los viajes me resultó tan linda
como ahora me parece obvia.
Compré ese libro pensando en alguien, a quien
finalmente se lo regalé. Me gusta regalar libros que son importantes para mí, a
gente que me importa. Hace muchos años regalé otro libro mío que adoraba y
luego de las desavenencias de la vida que separan a las personas hubiera
querido tener aquel libro devuelta conmigo. Tal vez en esos libros doy alguna
parte de mí que luego se va con el otro si desaparece de mi vida. Pero ni los
libros se devuelven ni esas partes propias se recuperan cuando otro se las lleva
y uno se queda un poco roto.
No estaba pensando en nada de esto cuando antes de regalarlo compré el segundo ejemplar del librito de bolsillo. Quería que siguiera siendo mi libro en la mesita de luz para leer y releer –lo tenía todo subrayado- y además es mejor dar un libro nuevo como regalo. Hablo en pasado porque aunque esta noche me despegué de la almohada para buscar el librito no pude encontrarlo entre mis cosas: ni en la biblioteca, ni en los cajones, ni en las cajas de papeles. No está. También desapareció.
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